La Ciudad

La gastronomía, el boleto y los trapos cada vez más al sol

La apertura de bares y restaurantes se decidió por consenso, pero esta vez se ventilaron las discrepancias. Justo cuando la cuarentena podría endurecerse. El tratamiento del aumento tarifario reflejó el enfrentamiento entre Raverta y Pulti, pero el costo lo pagó Montenegro.  

 

Por Ramiro Melucci

Todo lo que la pandemia une el aumento de boleto lo desune. La semana del gobierno local y el Concejo Deliberante podría condensarse en esa única frase. Pero prescindiría de los detalles, que forman parte de la esencia de la política.

Mar del Plata transcurre días delicados. La curva de contagios de coronavirus sigue escalando. Con el agravante de que se producen nuevos brotes. El discurso oficial que pregonaba una situación controlada sufre cada noche los embates de la realidad. Las alarmas suenan con más insistencia. La Escuela de Medicina advirtió que en dos semanas los casos se duplicarán, remarcó la posibilidad de que se incrementen los contagios sin nexo epidemiológico y proclamó la necesidad de salir a testear en los barrios. “Este es el momento”, dijo el director de la escuela, Adrián Alasino.

Con la apertura de toda la gastronomía como novedad, el intendente optó por un mensaje que pareció una advertencia: “En Mar del Plata hay circulación viral”. No fue una postura novedosa: es lo que repiten hace semanas su secretaria de Salud, Viviana Bernabei; el titular del Same, Juan Di Mateo, y él mismo desde que a mediados de junio se lo escucharon decir en público al jefe de gabinete bonaerense, Carlos Bianco. “El virus está circulando socialmente en Mar del Plata”, lanzó aquella vez el funcionario de Axel Kicillof.

La novedad estuvo en la forma. Montenegro no habló al pasar de la circulación del virus o porque algún periodista en busca de un título se lo preguntó. Lo dijo de entrada en una conferencia de prensa convocada por el municipio. Es todo un mensaje de alerta para los que aprovechan las reaperturas que logró Mar del Plata como si nada pasara.

Montenegro reiteró al mismo tiempo que en la ciudad no hay transmisión comunitaria. Es decir, que la gran mayoría de los casos aún tienen nexo epidemiológico. Ese dato, sumado al de la baja cantidad de camas de terapia intensiva en uso (45%, con preeminencia de internaciones por otras patologías), ha sostenido hasta el momento a la ciudad en la fase 4.

Pero el momento no admite celebraciones. La situación sigue bajo análisis: la Provincia monitorea a los 135 municipios bonaerenses semana a semana. Y el Gobierno nacional sumó a Mendoza, Rosario y Bariloche como zonas de transmisión comunitaria. Las balas pican cerca: Pablo Javkin, uno de los confidentes de Montenegro en la cuarentena, tuvo que suspender los encuentros familiares que apuntalaban la nueva normalidad rosarina. En estas costas esas reuniones nunca estuvieron permitidas (aunque hay evidencia de que se hacen) ni están entre las prioridades inmediatas del jefe comunal, pero los retrocesos de otras grandes urbes sirven como llamado de atención.

La preocupación por los encuentros familiares y de amigos atraviesa todas las jurisdicciones. El ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, dijo que mucho de lo que está pasando hoy se debe a los asados y mateadas. El gobernador aclaró que no se pueden hacer picaditos de fútbol. El ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, se plegó con un pedido de mayor esfuerzo. Y el bonaerense, Daniel Gollán, anticipó que no habrá más remedio que volver a endurecer el aislamiento.  

En los restaurantes, bares y cervecerías, que abrieron en Mar del Plata después de más de 120 días, esas noticias se leen con profunda incertidumbre. La Comisión de Reactivación Económica les permitió funcionar hasta las 19 y ahora aguardan una extensión horaria. El organismo, conformado por autoridades municipales y concejales oficialistas y opositores, mantiene su costumbre de tomar decisiones por consenso, pero en los últimos días empezaron a hacerse públicas las posiciones internas.

El jefe del bloque del Frente de Todos, Marcos Gutiérrez, propuso una apertura sin esa restricción horaria, en línea con las posibilidades que estableció la Provincia a través de la nueva fase 4. Usufructuó un dato fáctico: la semana pasada, por primera vez desde el inicio del aislamiento, el gobierno bonaerense quedó en una posición más “aperturista” que el municipio. “Le acortan el horario a la gastronomía”, lanzó Gutiérrez, enojado porque no prosperaba un proyecto de su bancada para reducir y eximir del pago tasas al sector. “Cambiemos frenó beneficios impositivos”, se acopló Virginia Sívori, la autora de la iniciativa.

Los reproches generaron malestar en el oficialismo. “Nos atacan cuando estamos tratando de generar consensos”, coincidieron. Hay otras razones. Varios de ellos también promovieron una mayor ampliación horaria. Y muy por lo bajo algunos admiten que les hubiera gustado que el gobierno los habilitara a impulsar los beneficios impositivos para los gastronómicos.

Pero esas diferencias son matices si se las compara con los enconos que sacó a la luz el tratamiento del aumento de boleto. El gobierno municipal logró en el Concejo una victoria pírrica. Al no conseguir los votos que necesitaba para imponer el incremento, el interbloque oficialista debió recurrir a la única alternativa que le quedaba: la cesión de facultades al intendente promovida por Acción Marplatense. Montenegro pagó así el costo político de un aumento de boleto en plena pandemia.

Las fuertes críticas de la oposición que recibió el intendente en el recinto quedaron por momentos eclipsadas por los dardos envenenados entre AM y Frente de todos. Por primera vez, el Concejo reflejó sin disimulos el enfrentamiento entre Gustavo Pulti y Fernanda Raverta. Aquel que comenzó en la previa de las elecciones del año pasado, cuando el ex intendente rehusó formar parte del frente electoral bajo el liderazgo de la ahora titular de la Anses.

En la sesión del viernes, el pultismo le endilgó a Raverta una falta de gestión de subsidios nacionales “para que no aumente el boleto” y el ravertismo acusó a Pulti de ser funcional a Montenegro. Con pases de facturas y chicanas por doquier.

Ariel Ciano, ex funcionario de Pulti, se anotó entre los defensores de Raverta con una particularidad que no pasó inadvertida: en una de sus numerosas intervenciones recordó que él también quiere ser intendente.

El oficialismo no solo sufrió por lo votos ajenos. También padeció un episodio interno que no estaba en el radar de nadie. Nicolás Lauría, el primer concejal de la lista de Montenegro el año pasado y quien lo debería reemplazar si en algún momento se pide licencia, no se alineó con la postura del bloque.

En la comisión de Transporte sorprendió a propios y extraños con una abstención. En su bancada no solo enfureció la disidencia sin aviso previo, sino también los argumentos que utilizó para oponerse al aumento. Lauría mencionó su labor social en los barrios, dijo que el espacio al que representa “está cerca de la gente” y apuntó que por eso no podía votar un incremento de boleto en medio de la pandemia. Cuando refería al espacio que representa no hablaba de Juntos por el Cambio, sino de su partido, Fe. Estaba dando a entender adelante de todo el mundo que la alianza de la que forma parte el intendente no compartía los mismos intereses.

Veinticuatro horas después, cuando lo empezaban a comparar con Julio Cobos, votó a favor del aumento en la comisión de Legislación. Dijo que seguía pensando lo mismo, pero que cambiaba el voto para facilitar la llegada del expediente al recinto, donde apoyó sin chistar la cesión de facultades. Entre una postura y la otra hubo una reunión: el propio jefe comunal tuvo que intervenir para ajustar las clavijas.

 

 

 

 

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